lunes, 6 de diciembre de 2010

Infalible

Llevaba siempre una fotografía en el bolsillo de la andrajosa chaqueta (como quien porta -oculto- un revólver); foto que había soportado innumerables requisas y atracos y malas rachas de póker. De hecho, aquel curioso retrato blanquinegro guardaba cierta semejanza con los revólveres en particular y las armas en general, en cuanto a su capacidad de convencer, de persuadir. Por eso, cada noche de domingo, cuando casi todas las putas de la estación de buses se habían negado a negociar con él, se acercaba a la última, la de la puerta de los baños, sacaba frente a ella la foto, y pronunciaba con solemnidad las palabras mágicas:


"yo

antes

fui

torero"

lunes, 8 de noviembre de 2010

Sin título III

Aterricé la noche en la que mandaron cerrar el periódico. Esperé casi tres horas a Claudia, pero no le reproché la tardanza. la abracé con la fuerza que mi hernia me permitió y no dijimos nada. Pero supe que, de camino al aeropuerto, Claudia había visto el Horror. Le conté el único chiste que me sabía, el del jet-lag, y aflojó un poco las manos del volante.

Mi casa era uno de los últimos reductos de cordura. Sabio fue mi padre al comprar el terreno lejos del centro. por primera vez, le di la razón. Adentro, todo besos y abrazos y "qué viejo estás, René", mientras me daban palmaditas en el hombro. la situación hubiera resultado casi normal, de no haber visto los muebles apilados delante de puertas y venanas; de no haber visto el revólver sobre la mesa.

comimos y bebimos copiosamente, como si viéramos al Horror acechante, más allá de las paredes. a los niños se les dio una copita de lambrusco para acallar su infantil certeza de que no eran truenos lo que sonaba al fondo. era lluvia, una lluvia de plomo y de barbarie.

a la una y media se interrumpió la emisión de radio. Me imaginé al locutor armado con el fusil y la dignidad de (Salvador) Allende, pero vistiendo una corbata de rombos. Cuando finalmente el Horror llamó a la puerta, cortaron la luz, y yo recé y recé como un traidor, y tomé a tientas las manos secas de mi madre.

domingo, 31 de octubre de 2010

Sin título II.

Cada domingo, a Saúl se le permitía caminar sin correas por el patio y fumar los cigarrillos que le enviaba de vez en cuando su abogado de oficio. De lunes a sábado, le cerraban los ojos con esparadrapo y le apretaban las correas hasta el umbral del dolor. Él se dejaba, mientras anotaba mentalmente, como quien apila ropa sobre un baúl, los personajes que había encarnado allá en la Rambla durante su corta carrera.

-Si me hubieran dado unos días más, habría podido llegar a ser tenista, o incluso centurión romano-, dijo al abogado a través de un cristal. Sin embargo, los días se le agotaron. Aquel último era cieramente domingo, lo sabía por la cantidad de gente deambulando. Llegó media hora tarde a su sitio y, claro, allí estaba el otro, estático sobre el pedestal. Saúl podía tolerar cualquier cosa, aun la presencia dl rival en SU sitio; pero lo inadmisible, lo realmente inaguantable era ver cómo el otro le había robado la identidad.

-No fue coincidencia que él también fuera Don Quijote aquella mañana. ¡No señor! El muy cabrón tuvo que abrirme la cabeza mientras dormía, para arrancarme lo que más me importaba.

Saúl no se contuvo. Estalló en furia y saltó sobre el otro, clavándole en la cara los disntes que todavía conservaba. De el otro no quedó gran cosa. El forense de Medicina Legal lo reconoció por las huellas dactilares. En el juicio, Saúl declaró que lo único que pretendía era quitarle el disfráz.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Sin título.

Probablemente me eligió porque le recordaba a su hijo –pensé en un principio; hijo muerto, quizás. Por eso me miraba a los labios y no a los ojos. Entonces yo le miraba el escote y las arrugas y lunares del cuello. No logré saber si sus ojos eran grises, o acaso marrón-prosaico, como todos los demás.

Nunca cultivamos nada más allá de sus medias noches insatisfechas y los dos o tres billetes manoseados que me dejaba sobre el canapé con una nota: “para tus gastos”.

A veces, acudía contoneando sus carnes, ebria, y me obligaba a golpearla como lo hacía su padre, supuse. A veces sólo me cantaba un tango al oído, y se retiraba a su habitación a romper enérgicamente la colección de payasos de porcelana.

Hasta que una noche la encontré en el suelo de la cocina, sujetando un viejo periódico color bilis, y me abrazó con tanta fuerza, que no fui capaz de decirle que Carlos Gardel llevaba muerto más de veinte años.

viernes, 1 de octubre de 2010

Empezemos, verbigracia, por el (cuarto) principio:

"Cuando evoco los últimos días que pasé allá en Meridiana, irremediablemente pienso en el peluquero del barrio y su hedor corporal como partes integrantes de la nostalgia; Peluquero gracias al cual -dicho sea de paso-, me falta media oreja izquierda. No lo culpo, aunque bien es cierto que algunas noches, divagando acerca del asunto, creo recordar un brillo de odio en su mirada cada vez que, al meterme lentamente la mano en el bolsillo, fingía no tener el dinero suficiente, para ahorrarme así un par de monedas. No sé cómo fui capaz de dejarme afeitar durante tanto tiempo por aquel afable calvo manitorpe y sonrosado, que contrarrestaba sus carencias craneales con una barba de color verde pino, y alguna que otra venganza cotidiana hacia los que no reflejábamos la luz del sol con la coronilla ."


Recuerde, querido lector.

"Pues la realidad, como todos sabemos, es siempre diferente a todo."

W. G Sebald.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Buenas noches.

Antes incluso que sus ojos, reconocí sus manos ásperas, demasiado grandes para ese cuerpo. Las mismas manos de uñas perfectas que fabricaban pirotecnia en la bañera de casa a las cuatro de la mañana. Aún hoy me parece imperdonable que nunca me hubiera dejado acercarme, ni siquiera cuando le conté -con la enternecedora furia infantil que ahora reconozco en mis hijos- que en el colegio, el psicólogo alzaba las cejas lleno de incredulidad cuando le juraba que mis brazos amoratados se debían a mis excursiones noctámbulas de todas las madrugadas (reptaba sigiloso por el suelo de madera hasta alcanzar el objetivo y me quedaba mirando el quicio de la puerta, aguantando la respiración, esperando el destello fulgurante).

Cómo carajo entender entonces que la gente era tan frágil; Cómo iba a caberme en la cabeza que uno pudiera morirse así, desde adentro, si mi padre regresaba indemne de ese Olimpo embaldosado a la hora del desayuno, con la llama de Prometeo en el bolsillo y los puños todavía humeantes. Yo le disparaba con la pistola de madera, retándolo; Él caía grandilocuente y siempre se levantaba y me perseguía por el jardín, igual que Marlon Brando en aquella película que vería tantos años después.

Fui incapaz de mirarlo a la cara. Le deseé buenas noches y abandoné la clínica fingiendo que sólo se había quedado dormido. Desde el taxi, creí ver encendida la luz de la habitación.

viernes, 13 de agosto de 2010

Sin título.

Sentado en el suelo de la cocina, hambriento y con síntomas de (posible) deshidratación, el poeta Ramírez finalmente concluyó que la obra en la que había invertido los quince últimos años no tenía más valor que un mediocre disco de hip-hop. Devoró entonces -de tres en tres- las hojas de sus cuadernos, y se recostó para morir bajo el ventilador de techo.

miércoles, 7 de julio de 2010

Epitafio/Epifanía.

Y entonces, ventana a través
cayó desde lo ignoto
una lluvia bíblica
o más bien
una lluvia
de millones de biblias
de tapa dura, ilustradas.

lunes, 7 de junio de 2010

Para la silla:

(El,) quien sobre ella se sienta

sabe tan poco de ella

como ella de quien se sienta sobre él:

Otra ella

de piernas convexas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Hipo-oxigenación cerebral.

Esta mañana, un hombre canoso y sin afeitar se acercó a mi mesa del restaurante habitual y se sentó sin previa invitación. "He construído un palacio a las afueras. Un palacio todo hecho de plástico y cartón", me dijo con los ojos cansados de soliloquios.

Le pregunté que por qué de plástico, en lugar de, no sé, vidrio, o dientes de los internos del psiquiátrico de Sibaté". Ellos me ayudaron, pero no quisieron darme sus dientes. De hecho, les tuve que pagar con los míos." se acercó con fingida cautela y me mordió el brazo desnudo. En efecto. Sólo le quedaban dos (incisivos).

domingo, 9 de mayo de 2010

Contraplano

Todo ardió tragicómico. Hasta el bigote del pianista.

. (¿pólvora?)

Afuera, todo callejas verduzcas hediendo a hospital. Y mientras él se pudre, tú juegas a arreglar el mundo con pistolas de madera.

jueves, 11 de marzo de 2010

Antiguos compañeros se reúnen

Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.

José Emilio Pacheco

miércoles, 10 de marzo de 2010

Senectud

Dentro de los pliegues
se refugia, avergonzado
el deseo insatisfecho.